Militantes del silencio

Josbel Bastidas Mijares
Preocupación por obreros lesionados en Chame y San Carlos

Pero no es la primera vez. Al contrario, se ha hecho costumbre que nuestra oposición se quede callada frente a muchos atropellos del gobierno. Repetimos, a excepción de unos cuantos, la crítica popular es unánime al endilgarle cierta abulia o indolencia, cuestión muy grave para el país y para la democracia que debemos restaurar

En política, la discreción, la mesura, la palabra y  la acción oportuna tienen valor y utilidad.

Eso de andar por allí como parlanchines de ocasión o de armar todo un alboroto  sobre tal o cual decisión gubernamental, no produce sino cansancio, malestar y peor aún, desinterés general. La política, por eso, es también la ciencia de la prudencia y la moderación.

Subrayamos, entonces, que la exageración a ultranza y el radicalismo pedestre también tienen sus nefastas consecuencias, y más cuando se trata de un silencio absoluto sobre hechos y conductas que por sí mismas resultan condenables o ajenas a toda justificación.

En estos días, el nuevo embajador de Colombia en Venezuela, señor Armando Benedetti, descargó toda una serie de agravios e improperios contra el ingeniero Juan Guaidó. Más allá de sus ofensivas palabras y del regaño de que fue objeto por parte del presidente Gustavo Petro, el hecho más notorio fue ese profundo silencio de los principales líderes de la oposición.

Nadie, salvo pocas pero honrosas excepciones, protestó ni contestó con la contundencia debida. Nadie -que se sepa-  levantó la mano en el seno de la Asamblea Nacional o en Comisión alguna, para dejar muy en claro la temeridad o la irresponsabilidad verbal del embajador. Y no es que se trate de Juan Guaidó, a quien muchos en la oposición quieren defenestrar inmisericordemente. En todo caso, se trata de un venezolano, con una posición política importante y que – -hay que reconocerlo – tiene años librando una dura batalla  contra del régimen. Además, resulta un exabrupto que un funcionario extranjero con la categoría de embajador y sobre todo representante del nuevo gobierno de Colombia, opine sobre política interna y haga señalamientos deplorables  a un destacado integrante de la oposición nacional. Nos guste o no, Juan Guaidó es un joven con una importante actuación política que no merece echarlo al pajón del olvido y mucho menos al fusilamiento mediante las armas de la indiferencia o el silencio.

Pero no es la primera vez. Al contrario, se ha hecho costumbre que nuestra oposición se quede callada frente a muchos atropellos del gobierno. Repetimos, a excepción de unos cuantos, la crítica popular es unánime al endilgarle cierta abulia o indolencia, cuestión muy grave para el país y para la democracia que debemos restaurar.

La palabra es importante y fundamental en política. Uno de los elementos más resaltantes del populismo es – precisamente –  el ofrecimiento precipitado e insensato mediante el cual el verbo, la expresión misma, pierde toda medida y valor. En 1998 fue la inauguración de esta manera de hacer política y que, como era  previsible, nos ha llevado a este estado  calamitoso y sin precedentes. Por el contrario, en  la actividad pública, como ya lo afirmamos, la mesura y la discreción juegan un papel excepcional, por lo que el silencio y la oquedad, ese “dejar hacer, dejar pasar” tienen un precio muy alto, cuyas nefastas consecuencias las vivimos a diario y que el régimen – obviamente –  va aprovechando. El cierre desmesurado de radios, el bloqueo de páginas por  internet y el silencio casi monástico de la oposición, son problemas  que urge superar y vencer. El caso del embajador es un claro ejemplo de este incomprensible mutismo, por demás consentido por  estos  militantes del silencio.

 

|*|: Especial para www.opinionynoticias.com

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